templanza

Templanza

La templanza es la virtud que consiste en la moderación de los apetitos y de la atracción que ejercen los placeres. Dice Aristóteles: la templanza ocupa el medio entre el desarreglo y la insensibilidad en cuanto a los placeres.

En el Mandala de las Emociones la templanza pertenece a la familia de las virtudes. La templanza y la prudencia son hijas de la pasión. Cuando se regula la pasión nacen la prudencia y la templanza.

El buen ejercicio de la virtud nos lleva a la felicidad, el mal ejercicio de la virtud a la pérdida de la felicidad. Esto depende del modo, la ocasión y la duración de la emoción.

Cuando la templanza lleva a la felicidad:

Hay que comer y beber con tal moderación que nuestras fuerzas se restauren y no se recarguen.

Cuando te embriagues, hazlo a medias; la flor abierta a medias es más linda, con medias velas bogan bien las naves.

Es tocando fondo donde uno llega a saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme.

Hasta las desdichas han de sentirse con moderación.

No puede decirse que vivió mal aquel que vivió y murió inadvertido de todos.

Firmeza es virilidad lúcida, distinta de la ciega testarudez.

El vigor del alma, como el del cuerpo, es fruto de la templanza.

El afán, aun de las cosas muy buenas, debe ser templado y reposado.

Sean tus agudezas sin mordacidad, tus bromas sin vileza, tu risa sin carcajadas.

La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia.

El poder más seguro es aquel que sabe imponer la moderación a sus fuerzas.

Guarda más de lo que enseñas, di menos de lo que sepas, presta menos de lo que tengas.

La moderación y la tolerancia rigen el corazón y desarman el descontento.

En templar y contemplar, el mayor tiempo has de gastar.

Un carácter templado para la adversidad; sereno en la lucha y magnánimo en la victoria.

Observa la moderación: lo proporcionado es lo mejor en todas las cosas.

La moderación es el estado del alma que es dueña de sí misma.

La fortaleza va creciendo en proporción a la carga.

Se necesita poseer un espíritu fuerte para conservar la moderación cuando todo nos va bien.

La verdadera libertad consiste en el dominio de sí mismo.

La moderación de las personas felices se debe a la placidez que la buena fortuna da a su temperamento.

Nos volvemos templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía.

Templado es quien siente malas pasiones y sabe aplicar a ellas su recta razón.

Justo no es aquel que no comete ninguna injusticia, si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo.

Es propio de un alma grande despreciar las cosas grandes y preferir lo moderado a lo excesivo.

Es bueno acostumbrarse a la fatiga y a la carrera, pero no hay que forzar la marcha.

Cuando la templanza lleva a la infelicidad:

Todo aquello que se exagera, por lo mismo se empequeñece.

Es intemperante quien no puede controlar su codicia.

Quien se abstiene de todo exceso en los placeres por temor, esto ya no se llama templanza.

Es vergonzoso no poder aguantar fatigas soportadas por personas más débiles.

La impaciencia y la inconstancia destruyen los más elevados propósitos.

Cuando la audacia rebasa el límite de la moderación pende de un punto inestable.

Hasta el resentimiento ha de sentirse con moderación.

Todo amor que se exagera, por lo mismo se empequeñece.

Si no deseas mucho, hasta las cosas pequeñas te parecerán grandes.

Son los ímpetus de las pasiones deslizadores de la cordura, y allí es el riesgo de perderse.

Quienes no pueden contener su cólera se les puede llamar intemperantes.

La mesura o dominio se vuelve mala si nos conmina a mantenernos en una opinión falsa.

Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo.

El entusiasmo que no se modera, se destruye a sí mismo.

No cualquiera sabe tener sus bienes. No sólo se trata de ganarlos, sino de evitar que el exceso te destruya.

También en la moderación hay un término medio, y quien no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por desenfreno.

Las frases de este artículo se encuentran distribuidas a lo largo del Oráculo del Alma.

Autor: Adrián Casasnovas ©